A Kirk Douglas le gustaba recordar sus orígenes humildes cuando tenía ocasión y dejar saber que él, el icónico actor de Hollywood, fue pobre de solemnidad en su infancia hasta el punto de pasar hambre, un discurso que repitió en innumerables entrevistas marcadas por su arrolladora personalidad.
Douglas, nacido Issur Danielovitch Demsky en Amsterdam (Nueva York) en 1916, fue el único hijo varón de una pareja de campesinos judíos rusos que arribó a EE UU en 1910 en busca de una vida mejor, la que sí lograron para sus vástagos.
«Mis padres hicieron la cosa más esencial. No perdieron el barco», contó el protagonista de Espartaco (1960) al crítico Roger Eberet en 1969, a quien confesó que el mundo del espectáculo le quedaba grande a sus progenitores, ambos analfabetos.
«Nunca entendieron mi éxito. Decía: ‘¡Mamá! ¡Acabo de firmar un contrato de un millón de dólares! Pero hijo -decía ella- estás tan flaco…», recordaba el artista.
Sus padres se separaron cuando él era niño y Douglas se quedó a vivir con su madre y seis hermanas. Su padre «bebía demasiado», según explicó a la cadena BBC en 1978, y era todo un carácter, le intimidaba. Trapero de profesión, dejó una fuerte impronta en el actor que ya de adulto sería conocido por no dar su brazo a torcer.
«Soy muy impaciente. Nunca ganaría un concurso de popularidad en Hollywood», declaró a Johnny Carson en The Tonight Show en 1988 con motivo del lanzamiento ese año del primero de una docena de libros que publicaría, El hijo del trapero, su autobiografía.
«Escribiéndolo descubrí que tenía mucha rabia en mí. Estoy enfadado con cosas que ocurrieron cuando era pequeño. Esa furia ha sido mucho del combustible que me ha ayudado a hacer lo que he hecho. Ha sido algo positivo», afirmó el actor de El loco del pelo rojo (1956).
Fue la necesidad la que le llevó a mudarse de Nueva York a Los Ángeles para trabajar en el cine. Su ilusión había sido trabajar en el teatro, lo supo desde que recibió su primer aplauso en una obra del colegio, aseguró a The Hollywood Reporter en 2012.
Douglas trató de salir adelante en Broadway, pero después de nacer su hijo Michael «estaba en bancarrota», y aceptó una oportunidad en Hollywood donde encontró sin buscarlo su camino al estrellato y se hizo, por motivos del guión, adicto al tabaco, según él mismo narró en un articulo en The New York Times en 2003.
Douglas debutó en El extraño amor de Martha Ivers (1946) con la entonces ya famosa Barbara Stanwyck y en su primer día de rodaje el director (Lewis Milestone) interrumpió su interpretación para indicarle que su personaje fumaba.
«Yo no fumo», contestó Douglas. «Aprender es fácil», respondió Milestone. Tras varias caladas el actor salió corriendo y terminó vomitando en su camerino.
«Pronto, ya fumaba dos o tres paquetes diarios. ¿Quién sabe cuántos espectadores habrán empezado a fumar por lo que hayan visto en la pantalla?» se preguntó Douglas, a quien las tabaqueras le suministraban gratuitamente cada mes cartones de cigarrillos cuando se hizo famoso.
Su vicio duró pocos años. En 1950, sobrecogido por la imagen de su padre muerto de un cáncer asociado al tabaco, lo dejó: «Aplasté el cigarrillo en el cenicero y tiré la cajetilla a la basura». Solo se guardó un cigarro para recordarse que él era más fuerte que su adicción.
En esa década, Douglas era ya una de las personas mejor pagadas de Hollywood y le preocupaba su «falta de privacidad», dijo en 1957 en el programa televisivo Mike Wallas Interviews.
«Nada nunca te prepara para gestionar el éxito. Cuando uno es una estrella se convierte en un tremendo negocio, una especie de monstruo. Es difícil lidiar con eso», reconoció, si bien dijo sucumbir a las adulaciones.
«Si mañana saliera a la calle y nadie me reconociera, no creo que me gustara», manifestó.
En esa entrevista, cuando la «caza de brujas» del macartismo empezaba su declive, Douglas declaró apoyar la causa sionista y no estar dispuesto a contratar a un comunista en uno de sus rodajes, aunque finalmente el actor y productor se desdijo y contribuyó a poner fin a esa época oscura en Hollywood cuando en 1960 dio crédito al guionista Dalton Trumbo, acusado de comunista, en Espartaco.
En enero de 1996, el actor sufrió una apoplejía que le dejó sin habla y a punto estuvo de suicidarse de un tiro, pero encontró una razón para vivir en ayudar a los demás. Apenas dos meses después recogía un Oscar honorífico, el único de su carrera, y daba un discurso memorizado y ensayado que hizo saltar las lágrimas de su familia.
Aprendió entonces el «verdadero significado del amor» (Newsweek, 2008) y su duro semblante, ya plagado de arrugas, fue tornándose sonriente. La rabia de antaño dejó sitio al sentido del humor. Si bien él, el fiero Douglas, siempre consideró que su vida nunca fue más que una «película de serie B», como dijo a Eberet en 1969.
«La verdadera vida estadounidense, la típica, es un película de serie B, como la mía. El chico que sale de la pobreza trabajando hasta ser un campeón ¡Pero tienes que luchar!», sentenció Kirk Douglas.