«Todo está preparado y estudiado». Con estas palabras, los justicieros intentan quitar mérito a los logros de Rosalía. Como si fuera negativo planificar la comunicación de un trabajo: si eres una estrella de la música, lógico es que exista detrás una estrategia de marketing «preparada y estudiada». Pero, también, hay que saber hacerlo. Y no, no todos han sabido aplicar la teoría a la práctica de las redes sociales con la inteligente espontaneidad que demuestra a diario Rosalia Vila Tobella.Rosalía está actualizando el modus operandi de las divas pop. Cuando un artista entra en el top 50 de escuchas mundiales, y suma un millón de seguidores al mes en redes sociales como Instagram, es habitual que intente controlar su exposición pública acudiendo sólo a los grandes programas de entrevistas televisivos (Tonight Show en Estados Unidos, El Hormiguero en España). Se transforma en inaccesible. No necesita más.Rosalía, en cambio, conjuga la promoción clásica en medios de audiencia masiva con irrumpir, sorpresivamente, en espacios independientes. Por ejemplo, un podcast. Véase La Pija y la Quinqui. La cantante está en lo masivo pero también en espacios más pequeños que suelen ser los que de verdad van cambiando el mundo. No obstante, su música crece en no mirar con desdén aquello que se sale de la cuadratura del convencionalismo. Equilibra lo mainstream con otros puntos de encuentro más segmentados, que representan el tiempo contemporáneo en el que la cultura de masas ha dado paso a la cultura de enjambres.En este sentido, su música ha sabido fusionar la naturalidad de los lenguajes virales con la experimentación artística de toda la vida. Lo vemos en su forma de comunicar las canciones, en la planificación de sus conciertos (diseñados a tono del encuadre de la pantalla del móvil) y en su espontaneidad utilizando todas las redes sociales como casi una usuaria más. Habla en los códigos de las redes. Puede escribir todo con mayúsculas y sin puntuación. Puede subir una foto-meme. Es nativa de la viralidad. No necesita impostar nada.Las folclóricas de antaño no tenían demasiados filtros compartiendo sus pensamientos. Se creían el personaje (clave para triunfar) y dejaban fluir en público hasta a sus arrebatos. Esa ingenuidad se ha ido perdiendo con los cálculos de la mercadotecnia y con la popularización de las redes sociales con el consiguiente temor al qué tuitearán. Además de acudir a la fanfarria más masiva, que te posiciona socialmente de una forma transversal, Rosalía recuerda que nunca hay que descuidar puntos de encuentro más minoritarios donde están los fieles de verdad. Allí está la comunidad que le interesa lo que cuentas y apoyará la carrera desde su base, en los lugares en los que no hay que medir tanto las palabras. Lugares en los que para estar no hace falta maquillarse y llevar un estilista.Aunque incluso con toda la puesta en escena encima, el talento de Rosalía sigue transmitiendo una verdad de andar por casa. Hasta cuando sobreactúa rumiando en el escenario, acting que surge de un guiño a sus compañeros bailarines en plena pesadez de esos ensayos que se alargan. Al final, el descriptivo gesto lo dejó en el concierto y se ha terminado convirtiendo en el viral ideal que despierta todavía más curiosidad por el show. Crea iconografía, Rosalía lleva el meme en las venas. Y lo explota.De dónde salió «el masticado» más famoso de los últimos tiempos se lo contó a los del podcast de La Pija y la Quinqui. Un podcast sin alardes de medios, sin estudio, alternativo. Hasta que lo pisó Rosalía, claro. Nadie es perfecto.