La metáfora del tuitero impertinente
Los algoritmos creen saber todo de nosotros. Normal, se lo ponemos muy fácil. No sólo aceptando compulsivamente cada una de las cookies que nos encontramos a nuestro paso, también con la manera de interactuar en cada toque que damos en la pantalla del móvil. Porque primero cliqueamos y, ya, si eso, después, pensamos.
Las redes sociales no son un reflejo de la sociedad, pero sí son un retrato de cómo actuamos como sociedad. Incluso de cómo nos gusta imitar. Las plazas públicas digitales son una representación perfecta de las artes con las que nos percibimos creativos cuando simplemente estamos replicando. La corriente nos lleva. Y el caudal de la corriente va muy rápido. De Twitter a TikTok. Del retuiteo apasionado que piensas que esperan de ti por el último trending polémico a la coreografía que debes calcar del último lanzamiento musical. O no te sentirás validado por tus círculos de amigos.
Si vas a contracorriente del patrón preestablecido, quizá no te entiendan. Hasta, tal vez, tengas menos likes. Al menos, al principio. La vida misma, vamos. Entre tanta morralla, da la sensación que el atajo para molar es lanzarse al manual del influencer impertinente. El que crea expectativas sobre su existencia diciendo "se vienen cositas", el que vende felicidad con "no os quiero enamorar, pero", el que piensa que ironiza con "un día eres joven, y al otro..", el que se siente amo del mundo tuiteando "primer aviso".
Primer aviso, y probablemente último. Porque sólo son coletillas comodín que no tienen más recorrido. Se quedan ahí. Nos inyectan la dosis de ego de sentirnos líderes de opinión, sí, aunque en realidad sólo nos estemos convirtiendo en calcomanías de opinión. Poco o nada queda. Poco o nada es nuestro. Ni siquiera nuestros perfiles en las redes. Perfiles con nuestras fotos, con nuestros recuerdos, con nuestras motivaciones, con nuestro tiempo. Perfiles que algún día dejarán de ser rentables y algún ejecutivo eliminará dando al botón de borrar. Porque eso que llaman 'metaverso' es un enjambre de computadoras, cables y ventilación artificial que nos prestan a cambio de comercializar con el rastro de contenido, inquietudes y emociones que dejamos en el camino. Un camino que recorremos sin poder soltar el móvil de la mano. No hay marcha atrás. Y no pasa nada, es el progreso, pero démosle la vuelta: aprovechemos la plataforma viral cuestionándonos qué ansían de nosotros para, al menos, ser algo más que un dato a cribar.
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El discurso de Henar Álvarez que desmonta el prejuicio creciente sobre las redes sociales
"Muchísimas gracias sobre todo a nuestras seguidoras, porque a todas las que estamos aquí no nos ha elegido ningún directivo de televisión. Gracias a eso se han roto moldes y gente que no encajábamos en lo que querían, por edad, por como nos vestimos, por como es nuestro cuerpo. por género, por cuna... ahora tenemos un micro". Lo ha dicho la cómica Henar Álvarez al recoger su premio Ídolo al compromiso social. Galas de premios hay muchas, pero esta se la ha inventado Dulceida para poner en valor a las nuevas profesiones surgidas de la influencia en la red y que no se puede juzgar como algo marciano. Con todos los respetos a los marcianos.
Aunque sobre todo el agradecimiento de Henar en la gala esconde un aprendizaje con lo mucho bueno que han traído las nuevas plataformas virales, como una oportunidad para plasmar talentos que antes se podían quedar en tinteros. Pero, claro, el negativismo siempre llama más la atención. Y se recalca siempre las redes han traído la expansión de los bulos sin fltros, la polarización de las corrientes de opinión y la dictadura del like, que favorece una necesidad constante de ser validados por el prójimo en cada publicación en Instagram, TikTok o dónde sea. De hecho, da la sensación de que todo tiene que ser público. Si no lo publicas, no ha pasado. Nos estamos convirtiendo en showrunners de nuestra propia existencia para no defraudar las expectativas del resto. Vamos a los sitios que son instagrameables, evitamos los lugares insípidos.
Entre tanta morralla de la egolatría del 'me gusta', las redes sociales también han conectado conocimiento y creatividad. Han democratizado las ideas, permitiendo que grandes creadores, que se salen del guion prestablecido, puedan mostrarse al mundo y ser accesibles por encima de los corsés y prejuicios de la industria audiovisual tradicional.
Internet es la herramienta que está retratando nuestro tiempo con la mente más abierta, un punto de encuentro donde atreverse a enseñar al mundo tu mirada, tu compromiso, tu imaginación. Y sin pedir permiso, esquivando los miedos de la industria audiovisual clásica que se ha ido quedando atrás cuando no sabía leer las sensibilidades en las que habita su sociedad. Ahora, en cambio, todos podemos plasmar nuestra autoría en la red, de tantas maneras como artes existen.
Henar Álvarez es un buen ejemplo en el ámbito del humor. Su éxito es nativo de la viralidad. Su discurso de la gala de los premios Ídolo es un agradecimiento a los talentos que nos perdíamos cuando unos pocos hablaban sobre cómo éramos todos. Faltan muchos todavía, pero la foto está más completa y Henar la enfoca dando las gracias a todas las mujeres, también a las que no cumplían los patrones de la moralidad. Así agradeció en los Ídolo "a las verduleras, a las barriobajeras, a las que hablan alto, a las que nos sentamos con las piernas abiertas, a las que molestamos en los sitios de los ricos... Tenemos un micro que nos ha dado las redes sociales, y hay que aprovecharlo". Las redes pueden ser el empecinamiento de la irritación o la oportunidad a las ideas. Atendemos más a lo primero, pero nos está enriqueciendo lo segundo.