Twitter, ¿lugar sin ley?: ‘Peli de tarde’, hackeada
"Abrumado por tantas muestras de cariño y apoyo. Me siento como el típico protagonista de peli de sobremesa, dueño de un aserradero familiar, a punto de perder su negocio a manos de un empresario, y salvado gracias a la recolecta que organizan los vecinos de su pueblo de Vermont". La cuenta de Twitter Peli de Tarde agradece los afectos recibidos después de sentir que ha perdido toda la comunidad creada gracias a sus brillantes tuits que ironizaban sobre los telefilmes de sobremesa que no podemos dejar de ver aunque sepamos cómo acaban.
Porque la cuenta original de Peli de Tarde ha sido hackeada. Y este mensaje ha sido lanzado desde un perfil nuevo. Con mismo nombre, pues los okupas de Twitter liberaron @pelidetarde. No les interesaba una marca tan poderosa, sólo querían quedarse con sus más de 100.000 seguidores.
Así son los piratas de las redes sociales. Parecen menos astutos que el malo torpe del telefilme de la hora de la siesta de Antena 3. Simplemente roban cuentas para acribillar a sus miles de followers con mensajes que esos seguidores no atenderán. Ni representan sus intereses ni captan sus inquietudes por su tono sectario, histérico y sucio.
Ahora el viejo Peli de Tarde se ha transformado en una tómbola loca de spamear y retuitear proclamas de cryptomomendas, bitcoims y mucho ruido a la caza de visibilidad. O algo así. Tuits que son basura viral. La antítesis de lo que buscaban los seguidores de Peli de Tarde a través de esta usuario que otorgaba un contenido ingenioso.
Pero, sin embargo, Peli de Tarde ha perdido toda su congregación de fieles, sembrada durante años. Un hackeo que representa cómo Twitter se va convirtiendo en una especie de ciudad sin ley, en donde los verdaderos usuarios que crean y comparten contenido de calidad están desprotegidos. El mundo al revés.
Y parece que da igual. Da la sensación que es misión imposible encontrar un gestor que ayude a recuperar lo que te han hurtado para nada. Porque lo que el hacker no sabe es que, en este caso, ha ocupado un espacio compuesto por espectadores críticos que no van a caer en sus tretas. Sólo querían reírse con tramas absurdas de peli de tarde. Esas pelis que, en el último minuto, solucionan toda la tragedia en una reconfortante giro dramático de alegrías. No pinta que pasará esto con el desenlace de Twitter. Aquí los buenos ya no suelen ganar. A no ser que puedan pagarlo.
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La política y la caza de la popularidad en TikTok
Hace tiempo que la teatralización política se cocina con ayuda del debate en Twitter, aunque ahora ya también mira de reojo a TikTok. Sin ir más lejos, el tiktoker Helio Roque ha protagonizado su propio discurso en la puesta de largo de la candidatura a las elecciones generales de Sumar. Al frente, Yolanda Díaz con su control de la oratoria, arropada por diferentes personalidades de diversos ámbitos, entre ellas Helio.
El enfoque mediático del acto se ha tambaleado cuando el propio Helio Roque, visiblemente nervioso, ha verbalizado: "Los jóvenes no somos unos quejicas, es que no queremos tragar. Que en otras generaciones se hayan permitido abusos... bueno, pues haber peleado”. Las nuevas generaciones, a menudo, pecan de creer que son las primeras en todo. Un clásico, fruto de cuando todavía desprendes la ilusión de sentir que tienes todo por delante.
Helio hoy puede luchar, reivindicar e incluso tiktokear porque otros batallaron antes. Los derechos son una carrera de relevos. En los que unos corren más, otros menos, pero siempre hay que seguir trotando para dejar la pista más libre de obstáculos a los que vendrán.
Y Helio lo sabe. Él mismo ha pedido disculpas tras el acto. Sus palabras se han desvirtuado, le impuso un pabellón abarrotado de gente. Porque explicar en un escenario con público es muy distinto a crear un mensaje en TikTok o Instagram, donde puedes repetir y editar cada reflexión al gusto. Y ahí está el problema de fondo que ha empujado a esta situación en la presentación de Sumar: no se comunica igual en un vídeo de TikTok que en un acto político. Aquí, chirría culpabilizar al otro con una resonante: "bueno, pues haber peleado".
Helio Roque está experimentado como creador de contenidos de entretenimiento en redes sociales. En sus perfiles, genera un todopoderoso vínculo de complicidad con sus seguidores a través de una ironía que te acaba permitiendo todo. Hasta decir alguna que otra barbaridad, de manera mordaz. Como consecuencia, Helio lo mismo puede hacer un vídeo reivindicativo, que recibir regalos del metro de Madrid y, después, del de Barcelona de manos de la propia Ada Colau, que comentar los dimes y diretes de Eurovisión. Nada se cuestiona: es un entretenedor en el maravilloso sentido de la palabra.
Y su virtud es que sus propuestas de vídeos son muy transversales: sus inquietudes son amplias, es un chico de su tiempo y con ideales. Un día realiza un recorrido por la arquitectura de Badajoz y al otro entrevista a Ione Belarra en la red social de vídeos cortos, que ya es una de las grandes plataformas de acceso a la información entre los más jóvenes. TikTok triunfa porque es el nuevo reality show que todos llevamos en nuestra mano: se consume tan rápido como manejamos el móvil. Si te aburres, deslizas el dedo y llegará otro impacto visual más llamativo, más provocador o más de verdad. Y los políticos quieren acercarse al caudal de 'likes' de las redes sociales. En ocasiones, muchas ocasiones, priorizan asociarse públicamente a aquellos que tienen muchos 'likes'. Buen atajo, pero más rédito sacarán si encuentran la capacidad de compatibilizar el 'me gusta' con visibilizar la motivadora inspiración del discurso más profundo de otros en situaciones vitales en las que no les queda otra que cambiar el mundo con el talento de las ideas. Pero, claro, no siempre tienen los suficientes 'followers' y no siempre están de "moda". Es el mercado de la viralidad, amigos.
Helio Roque cuenta con una mirada propia con la que se ha ganado sobre todo la popularidad en TikTok. Así se está abriendo muchas y merecidas puertas, tanto que ha sido un reclamo que ha aprovechado Sumar en su presentación. Pero su protagonismo ha dejado también un aprendizaje para él y para todos: no es igual hablar en un acto de activismo político colectivo que se observa desde fuera con espíritu crítico a una red social en la que existe un lazo de complicidad individual en primer plano. De hecho, no es igual hacer política que hacer entretenimiento. Aunque se nos haya olvidado.
La metáfora del tuitero impertinente
Los algoritmos creen saber todo de nosotros. Normal, se lo ponemos muy fácil. No sólo aceptando compulsivamente cada una de las cookies que nos encontramos a nuestro paso, también con la manera de interactuar en cada toque que damos en la pantalla del móvil. Porque primero cliqueamos y, ya, si eso, después, pensamos.
Las redes sociales no son un reflejo de la sociedad, pero sí son un retrato de cómo actuamos como sociedad. Incluso de cómo nos gusta imitar. Las plazas públicas digitales son una representación perfecta de las artes con las que nos percibimos creativos cuando simplemente estamos replicando. La corriente nos lleva. Y el caudal de la corriente va muy rápido. De Twitter a TikTok. Del retuiteo apasionado que piensas que esperan de ti por el último trending polémico a la coreografía que debes calcar del último lanzamiento musical. O no te sentirás validado por tus círculos de amigos.
Si vas a contracorriente del patrón preestablecido, quizá no te entiendan. Hasta, tal vez, tengas menos likes. Al menos, al principio. La vida misma, vamos. Entre tanta morralla, da la sensación que el atajo para molar es lanzarse al manual del influencer impertinente. El que crea expectativas sobre su existencia diciendo "se vienen cositas", el que vende felicidad con "no os quiero enamorar, pero", el que piensa que ironiza con "un día eres joven, y al otro..", el que se siente amo del mundo tuiteando "primer aviso".
Primer aviso, y probablemente último. Porque sólo son coletillas comodín que no tienen más recorrido. Se quedan ahí. Nos inyectan la dosis de ego de sentirnos líderes de opinión, sí, aunque en realidad sólo nos estemos convirtiendo en calcomanías de opinión. Poco o nada queda. Poco o nada es nuestro. Ni siquiera nuestros perfiles en las redes. Perfiles con nuestras fotos, con nuestros recuerdos, con nuestras motivaciones, con nuestro tiempo. Perfiles que algún día dejarán de ser rentables y algún ejecutivo eliminará dando al botón de borrar. Porque eso que llaman 'metaverso' es un enjambre de computadoras, cables y ventilación artificial que nos prestan a cambio de comercializar con el rastro de contenido, inquietudes y emociones que dejamos en el camino. Un camino que recorremos sin poder soltar el móvil de la mano. No hay marcha atrás. Y no pasa nada, es el progreso, pero démosle la vuelta: aprovechemos la plataforma viral cuestionándonos qué ansían de nosotros para, al menos, ser algo más que un dato a cribar.