Elon Musk, máximo representante de la morralla de Twitter
Twitter es un lugar poderoso. Como ventana de acceso a información, como vía a la participación y como púlpito para la protesta. Hasta ahora, Twitter pretendía construirse entre todos los usuarios, sin fronteras ni clases, un valor añadido de nuestro tiempo, como punto de encuentro abierto al debate plural sin aparentes cortapisas. Pero su rápida manera de uso favorece cortapisas. Y peligrosas. Y las representa, prácticamente todas juntas, la forma en la que tuitea el nuevo propietario del propio Twitter, Elon Musk.
El magnate no puede parar de tuitear impulsivamente todo el rato. Transmite la felicidad de sentirse centro de atención y, a la vez, muestra la torpeza del boca-chancla que publica el comentario antes de pensar. En efecto, eso también es Twitter. Y eso es Elon Musk. Así el millonario se mueve como pez en el agua en una red social en la que se interactúa con tal vertiginosa intensidad que puede abrumar hasta descolocar. Una vorágine histérica y precipitada que, muchas veces y ante asuntos especialmente polémicos, anula cualquier dosis de esa templanza, moderación y sensatez que son necesarias para analizar con perspectiva y rigor cualquier tema.
¿En Twitter todo se magnifica, como decían en la casa de Gran Hermano? Algo así. Y dentro de esa exaltación que producen los temas más sensibles, lo que a priori debía ser un valeroso foro de intercambio de conocimiento y puntos de vista se transforma en una herramienta ideal para titulares sectarios o interesados, que no son del todo ciertos o que incluso buscan confundir adrede. Lo sufrimos desde hace años: difama que algo queda. Y en Twitter queda, y mucho, pues la celeridad con la que fluyen (y se expanden) los contenidos no deja margen, en muchos casos, a expresar una opinión mínimamente reposada, o simplemente pararse a pensar para poder asimilar. Entre la ebullición del retuiteo, es muy fácil caer, de hecho, en informaciones falsas y tuitearlas con vehemencia. Pocos usuarios han podido evitarlo. ¿Cuántas veces se ha dado por muerto a alguien que en realidad está bien vivo? ¿Cuántos bulos se difunden cada día? El mismo Elon, en sus tuits y como buen representante de la forma de consumir Twitter, da la sensación que no pretende distinguir bien entre especulación y realidad. Que la realidad no te arruine una creencia.
El periodismo, en este sentido, es fundamental para cribar y contextualizar tanto caudal informativo de una red social en la que ni Elon Musk parece tener contrastado aquello que tuitea sobre el futuro de su compañía. Otra dinámica habitual del espinoso uso de Twitter. Se sueltan las liebres para ver cómo reacciona el personal. O se tiran las piedras y se esconden las manos. Siempre hay gente, con nombre y apellidos o escondida tras el anonimato, muy interesada en que determinadas falsedades parezcan ciertas. Saben que muchas mentiras se pueden convertir en verdades a fuerza de retuiteo.
En esta tesitura, los medios de comunicación son los que han de erigirse como guardianes de la verdad. Sin embargo, lo que lleva años y años ocurriendo, es que los medios también sucumben a la tentación de publicar a toda prisa el retuiteo. Pocas veces hay tiempo de verificar, ya si eso se rectifica después. Pero la rectificación siempre tiene menos resonancia que la conspiración. Lo simplista y pobre gana. Elon Musk también aprovecha esta circunstancia. Su ego está en efervescencia, el mundo está atento a cada uno de sus pasos y su sensación de poder se le sale por los bolsillos al controlar la gran red social del flujo de información en directo. Desde hace una década, Twitter y sus pantallazos llenan horas y horas de televisión, del magacín al informativo, aunque el tema no dé más de sí. Si lo dice Twitter, parece que ya es noticioso.
Y, mientras tanto, cada vez parece más difícil discernir entre lo esencial y la morralla. Es el periodismo el que tiene la responsabilidad de enfocar, ordenar y dar luz a lo que pasa en el caudal de Twitter. Eso se consigue promoviendo en la sociedad espíritu crítico, enfocando lo interesante y atenuando lo accesorio. Aunque a veces cueste mucho encontrar la aguja en el pajar. Menos aún con la irrupción del ímpetu de Elon Musk, que no tiene pinta de entender muy bien para qué sirve la responsabilidad de cuidar la convivencia en una red social. De hecho, él mismo ha irrumpido en la compañía tuiteando con la misma ferocidad del hater: arrasando con todo, sin necesidad de escuchar a nadie y con la seguridad de sentirse superior al resto de la humanidad.
El arte del eufemismo para intentar alquilar un zulo a 1100 euros en Tik Tok
Colarse en casas ajenas siempre ha funcionado en televisión. Pero la televisión ya no sólo se ve por la televisión, así que ahora las inmobiliarias discurren vídeos sobre sus pisos en venta y alquiler para visibilizarse a través de redes sociales como Tik Tok, que es la ventana emergente al consumo audiovisual más instantáneamente espontáneo. "Espontáneo", aunque sus usuarios tarden más de lo que parece en grabar y editar sus sketches.
Y los pisos se graban al estilo de un micro spot que, encima, se cuelga gratis en redes hasta lograr provocar la ensoñación del 'like' de los usuarios y, de paso, que la gente sepa cómo se llama y dónde está tu inmobiliaria. Aunque, a veces, no queda más remedio que tirar de mordacidad y bien de eufemismos para vestir de aspiracional lo que no deja de ser un vergonzoso zulo. Incluso una pocilga puede sonar a lujo si se utilizan las palabras correctas a la hora de describirla.
A los hechos nos remitimos. Estos días, una inmobiliaria madrileña ha presentado las bondades de un micropiso de alquiler que cuesta 1.100 euros y que, en realidad, no tiene ni habitación ni salón ni cocina ni comedor. Todo es una minúscula habitación. No pasa nada, el vendedor tira de verborrea, y listo: "Ante mí, lo que yo denomino la multiestancia. Salón, comedor, dormitorio y cocina". Todo en uno, pero con la denominación de "multiestancia" ya parece una jugosa modernidad.
Porque a este minúsculo lugar no se puede llamar piso. El inmobiliario lo sabe y ya ha maquinado una engatusadora palabra con la que disfrazar la infravivienda de experiencia única: "Este 'estudiático', estudio y ático, va enfocado a un perfil de inquilino joven, quizá soltero, con un estilo de vida muy dinámico", dice en TikTok. A ver, el estilo de habitante para encerrarse ahí será muy dinámico pero poco se va a poder mover dentro del cuchitril rebautizado por 'estudiático', en donde el sofá está literalmente pegado a la lavadora.
Sentado en ese mismo sofá, empotrado en el lavadero y a la vitrocerámica en la que no hay margen de maniobra para guisar nada, el mercader ha discurrido también una particular coartada para defender este espacio poco habitable que, en cambio, cuesta 1.100 euros al mes: "¿Y qué le pasa a la gente de ese perfil (refiriéndose al inquilino de vida dinámica)? Pues que cocina poco y, además, tiene cierta reticencia a poner la lavadora. Y es por eso que hemos diseñado aquí la cocina con lavadora integrada para que si un domingo por la tarde está aquí uno y le da pereza tender la ropa simplemente tiene que estirar la mano, sacarla y tenderla en el tendero". Quién no quiere ver el vaso lleno es porque no quiere, vamos.
Aún falta un giro dramático. "Imagino que os estaréis preguntando, ¿y dónde duermo uno?". Magia, el chico de la inmobiliaria, de repente, hace descender un colchón embutido en la pared que cae sobre el mismo sofá. Sólo le falta decir que, de esta forma, subiendo y bajando el camastro portátil, el inquilino podrá ejercitar sus brazos y ahorrarse parte del gimnasio.
No sabemos si se habrá alquilado ya el 'estudiático', pero el minuto y veintisiete segundos que dura este vídeo tiktokero termina siendo una demostración de que el arte del eufemismo puede transformar la inmundicia en opulencia. Y, sobre todo, que la ironía es la única salida para presentar semejante antro. De perdidos, a la 'multiestancia'. Y alguien picará.
@bydaviddegea Respuesta a @margirl9876 #PepsiApplePieChallenge #housetour #housingo #realestate #pisosenalquilermadrid #pisosdeestudiantes #realestatemadrid #aticoenmadrid #terrazas #realestateinvesting #tiktok #barriosalamanca #tiktok #foryou #inmobiliaria ♬ FEEL THE GROOVE - Queens Road, Fabian Graetz
Lo bueno de Twitter
Pasan los días y el nuevo dueño de la red social cada vez va apretando más las tuercas a todo el que se acerca a ella. Empezó con los empleados, especialmente los directivos a los que se ha ventilado sin sentir ningún tipo de remordimiento. Cosas de empresarios, y que seguramente haya experimentado más veces en otras de sus compañías como SpaceX, Tesla o PayPal. "No hay más remedio", dijo.
Ser el hombre más poderoso del planeta no tiene nada que ver con entrar como un elefante a una cacharrería. Tras los altos cargos, empezó a arremeter contra los personajes verificados, esos que supuestamente tienen que dar algo de cordura en el mundo de la desinformación. Los que quieran eso tienen que pagar para gozar del privilegio de contar con un tick azul que otros se han ganado en base a, principalmente, su puesto de trabajo. Es un orgullo, sí; aunque también una responsabilidad. Esto no le ha salido bien ya que, hecha la ley, hecha la trampa y los fraudes no han tardado en aparecer con malas consecuencias para algunas empresas suplantadas.
Pero la gota que colma el vaso es decir que posiblemente la empresa tenga que echar el cierre, que no es viable económicamente. De números puedo opinar poco, porque no sé de ello. Eso sí, claro está el siguiente objetivo, el grueso de los usuarios. Musk es experto en generar el caos dentro de los avisperos donde se mete. Comprar esta compañía tan cercana al usuario tiene sus pros y sus contras, pero para Musk todo son fallos.
No debe morir, somos muchos a los que se nos pasa la vida disfrutando entre tuit y tuit
Como habitual consumidor veo cosas negativas en el muro, por supuesto, y es necesario atajarlas para no crear problemas a una sociedad que ya de por sí vive demasiado al límite. Ahora bien, en Twitter he podido informarme prácticamente a tiempo real de multitud de eventos. Permite conocer gente interesante de otros puntos de la geografía y de muchos ámbitos de la vida. Hay científicos, filósofos, historiadores, académicos de la lengua, periodistas, juristas, policías y muchos profesionales que hacen una labor de divulgación sensacional. He conseguido empleos gracias al contacto que he hecho con compañeros del gremio y que han decidido apostar por un curioso con ganas de reflexionar o contar historias. Puedo decir incluso que he hecho amistades, es más, observo que hay algunas personas que han hecho incluso comunidades de amigos que van juntos a disfrutar de partidos de fútbol, conciertos o cañas en el bar de la esquina.
Hay malos, sí. Hacen mucho ruido, también. Pero también hay gente impresionante a la que no hemos descubierto aún y que pueden aportar puntos de vista diferentes ante la opinión que cada uno pueda tener. Una de las cosas más maravillosas que podemos hacer los seres humanos es compartir vivencias e inquietudes. Twitter nos ayuda a ello. No debe morir, somos muchos a los que se nos pasa la vida disfrutando entre tuit y tuit.
Elon Musk y la mentira del poder para el pueblo
Elon Musk no sólo es un millonario que acaba de adquirir Twitter, también representa al magnate con afán de protagonismo. Disfruta con el foco, disfruta provocando, disfruta sintiéndose poderoso. Maneja bien el ruido, ese que abunda en la red social que acaba de comprar. A la caza de la foto y la polémica, su primera vez entrando a la sede de la compañía ha sido con un lavabo en brazos, dispuesto a limpiar. Y, tras despedir a toda la cúpula, ya ha empezado su particular revolución, insinuando (a golpe de efectista tuit, claro) que piensa cobrar por ser usuario verificado de la red social, entre otras cosas. Pero vayamos al fondo del asunto.
"El actual sistema de señores y campesinos de Twitter para saber quién tiene o no tiene una marca azul es una mierda. ¡Poder para el pueblo! Blue (por el tik) por 8 dólares al mes", dice Elon Musk en su famoso tuit, que suma más de 100.000 'retuiteos' y más de 500.000 'me gustas'. Un éxito para su ego que, además, define bien su manera desvirtuada de entender la libertad.
Si pagas, tendrás el tik azul y mayor visibilidad. Da igual la calidad de aquello que se publique. Ahí está la catástrofe de credibilidad que se avecina en Twitter. Porque el check azul nació de la necesidad de otorgar rigor a la red social. Para evitar suplantaciones de identidad y subrayar ante el usuario que está ante un prescriptor serio, se inventó esta reconocible iconografía para verificar cuentas. Es decir, para contrastar que estabas frente a un perfil fiable, ya fuera porque es llevado por una personalidad real o por un profesional destacado en lo suyo.
Cuando Musk habla de "¡poder para el pueblo!", en realidad, se refiere a que todo se puede comprar con dinero. Musk quiere hacer negocio con la hoguera de las vanidades de aquellos que sueñan con el check azul. Aunque, paradójicamente, si se puede comprar, el tik ya no proyectará prestigio. Entonces, ¿para qué pagarlo?
Por supuesto, esta decisión será defendida por Musk como que ya no habrá status en Twitter y que todo está al alcance de todos. Siempre que tengas pasta. Lo que delata que no ha entendido nada de las redes, pues los referentes que hacen más grande la plataforma pocas veces pagarán por el check porque no lo necesitan y quedarán diluidos, mientras que ganarán visibilidad los telepredicadores dispuestos a invertir para que el algoritmo posicione mejor su discurso con ayuda del tik azul. Así no se democratiza una aplicación, así sólo se transforma en una teletienda que mermará el valor de la compañía.
Al final, el debate por el tik azul es lo de menos. Sólo es una pegatina que no van a necesitar los que regalan gratis su conocimiento sabio a la red y que, a la vez, son los referentes sociales que más necesita Twitter para sobrevivir y seguir siendo relevante. Pero Musk recalca en otro tuit, muy boca-chancla: "Spoiler alert: tienes lo que pagas". No se ha percatado de que, por esa regla, él debería ser el que pagara por todo el contenido que ceden los usuarios a su red. No ha entendido el intercambio que sustenta a una plataforma como la del pájaro. El soberbio discurso con el que intenta justifica sus "grandes ideas" sobre todo representa la patraña de alimentar la confusión de libertad con tener dinero para pagarlo. ¿Libertad? Más bien, la desigualdad del sálvese quien pueda.
Eva Soriano y el daño de la falacia que hemos interiorizado sobre el ‘mundo digital’
"Si por la calle no me dirías 'oye, Eva, vaya bufas te han salido', no me lo pongas por redes sociales". Con su particular humor, Eva Soriano se desahoga sobre los señores desbocados en Internet. Lo hace en la complicidad de su programa 'Cuerpos Especiales', que presenta en las mañanas de Europa FM.
"Ya hemos llegado a un punto en el que se legitima cualquier cosa, en el que bajo el anonimato de las redes se puede poner cualquier burrada. Porque lo de las tetas sólo es la punta del iceberg. Porque, debajo, hay una cantidad de fotos de miembros que a mí no me interesan ver. En qué momento tú crees que mandándome una foto de tu pilila, yo voy a decir 'sí, nos casamos'", remata irónica Soriano poniendo en la palestra la consecuencia de una causa que no se termina de enfocar lo suficiente.
Se recalca tanto que el mundo virtual no es el real que existe una peligrosa desconexión moral que, a menudo, propicia que las burradas se abran camino en la red sin remordimientos de conciencia. "Total, no es la realidad..." Y, así, los usuarios realizan prácticas que jamás ejercerían de tú a tú en un ascensor.
La pantalla les protege, la empatía que surge de mirarse a los ojos no existe y no pasa nada por lanzarse al improperio, a la sordidez e incluso al acoso. Da igual, hemos ido interiorizando que la digitalidad es una realidad menor. Una nube donde se puede arrasar con todo porque nos han insinuado que no es el mundo de verdad.
Pero ha llegado la hora de cambiar el chip. Huyamos de metaversos, la vida real es todo, también las plataformas y aplicaciones digitales. De hecho, estas plataformas simplemente representan una fantástica manera de progreso de las ventanas por las que nos comunicamos las personas de carne y hueso. L
Es un clásico que los avances tecnológicos crean cierta incredulidad, hasta a menudo se tratan con desdén por los inmovilistas. Pero nunca hubo que distinguir entre digital y real. Es equívoco, pues cada acto, digital, analógico o físico, forma parte de la misma experiencia vital. La conversación de las redes sociales es fruto de nuestras motivaciones, nuestras contradicciones, nuestra convivencia.
Toca dejar atrás el tóxico mantra de que lo que sucede en las redes es como un especie de videojuego en el que cuando se desconecta la pantalla las emociones también se quedan en pause. Los sentimientos no se apagan así como así, aunque estén resguardados tras un smarthphone. Cuando aprendamos eso, que lo estamos haciendo ahora, las redes sociales serán puntos de encuentro más constructivos. En ellas, como ha sucedido en los vecindarios de toda la vida, algunos intentarán aparentar, pero inevitablemente todos debemos convivir. Con errores, con locuras, con educación, con sensibilidad. Quien la tenga, en la vida.
El arte manchado, la sociedad distraída
Las dos chicas que han pringado con sopa de tomate Los girasoles de Vincent Van Gogh quizá ahora mismo estén pensando que han triunfado. Como esperaban, su hazaña ha corrido por las redes sociales hasta llenar páginas y páginas de los medios de comunicación más prestigiosos del mundo, que publican el vídeo sin titubear. La imagen es poderosa, impacta e indigna.
“¿Qué vale más, el arte o la vida? ¿Estás más preocupado por la protección de una pintura o la protección de nuestro planeta y las personas?”, gritaban las dos lanzadoras de tomate después de su gesta sobre una obra resguardada por un cristal que no es mágico y no siempre asegura la inexistencia de daños fruto de performances espontáneos.
En realidad, este acto representa la sociedad que confunde 'meme' con activismo. El activismo real intenta la pedagogía del entendimiento, la provocación creativa o la protesta ruidosa que deja pensando. Lanzar el contenido de latas de tomate en un museo solo es vandalismo que causa rechazo social y, encima, en este caso, da alas a los negacionistas del ecologismo y el cambio climático. Ya tienen un estereotipo de 'activista' para desprestigiar a las personas implicadas con el progreso.
¿Qué será lo siguiente? Para llamar la atención, habrá que ir subiendo la apuesta visual. Grabar una locura es más fácil que nunca. Todos tenemos una cámara lista para disparar en el móvil que llevamos en el bolsillo o, directamente, en la mano. Todos somos un centro emisor. En nuestras redes sociales, podemos subir el instante y celebrar la grabación, pues hasta cosecharemos 'muchos likes' si captamos bien un momento estelar.
Lo importante es que te miren, más que convencer sobre nada. Aunque haya que buscar una coartada para justificarse. Los Girasoles entomatados, como hace unos meses una tarta estampada en el sarcófago de cristal que preserva a La Gioconda, pueden generar un efecto contagio de maltrato visual sobre el patrimonio artístico. Que alguien piense que puede cambiar el planeta atacando la cultura delata lo perdidos que estamos. Gastamos demasiado tiempo, atención y energía despistados en sainetes donde nunca está el problema.
Terror retransmitido en TikTok: machismo diseñado para ser viral
La crisis de Instagram: el fin de las fotos, el éxito del ridículo
Instagram empieza a parecerse poco a Instagram. Y eso puede ser un problema. Lejos quedan aquellos primeros años de una red social que servía para compartir nuestras fotos como si fuera un álbum digital. Con un puñado de filtros, eso sí. De esta forma, las imágenes tenían un punto más cool. Incluso había "marcos" con los que rematar el encuadre de la instantánea con un toque a medio camino entre lo vintage y lo hortera. Eran unos comienzos ingenuos, en los que fotografiábamos cualquier cosa y daba igual tener tres likes.
Instagram se convertía en una especie de punto de encuentro. Era muy fácil ver las fotos de tus amigos y comentarlas, pues salían en orden de publicación. Sin algoritmos que esconden aquello que no tenga rápido aluvión de likes.
Todo empezó a mutar con la llegada de las celebrities y los influencers. Lo que provocó que cualquiera aspirara a hacerse "famoso" en Instagram, imitando las fotos de sus ídolos, buscando sumar el mayor número de seguidores posibles y, por consiguiente, la mayor cantidad de 'me gustas' como medida de aceptación social o hasta como forma de ganar dinero si las marcas te pagan por posar con sus productos.
El propio usuario fue adaptando su vida a planes fotografiables para enseñar en su perfil y, así, proyectar una vida de felicidad. Artificiosa felicidad. Ahora, hasta las vacaciones se planean en busca del destino más 'instagrameable', donde puedas posar de manera más espectacular y conseguir los retoques de luz y color más arrebatadores. Dando sólo la información que te conviene, claro. Si te has acoplado en el yate de un amigo de un amigo, ese dato no hay ni que mentarlo: posa en el yate como si fuera tuyo o al menos para que tus seguidores especulen sobre ello. Si estás alojado en el albergue feo, cochambroso y barato que encontraste a muchos kilómetros del centro, eso jamás se muestra ni de pasada en stories. Es la clave del éxito de Instagram: permite encuadrar y contar sólo aquello que te interesa para construir el relato que quieres. Lo que hay fuera de plano no importa, no aporta si no es cool. Pero, cuidado, esta necesidad de intentar estar a la altura de una desvirtuada expectativa social puede generar frustración. Mucha.
La situación se complica con el crecimiento de TikTok, como nuevo buscador de entretenimiento frenético entre las nuevas generaciones. Los responsables de Instagram sienten que se están quedando atrás y que ya no sólo basta con fotos de un viaje y un puñado de stories que caducan en 24 horas. Quieren que su red, como TikTok, se nutra de vídeos de sus usuarios. Giro de guion: el algoritmo de Instagram ya casi no enseña fotografías, menos aún si no son posados de cuerpos con el relumbrón suficiente para seducir centenares de likes en pocos segundos, y promociona las grabaciones que llaman 'rells'. Bobina, en inglés.
Instagram quiere poner a sus usuarios a trabajar. Que se sientan modelos, que bailen, que se graben todo el rato chispeantes hasta lograr el vídeo con más corazones. A más grotesco, más visibilidad. Venga, hay que perder el miedo al ridículo. Entre tanto, mientras quiere imitar el boom adolescente de los vídeos tiktokeros, Mark Zuckerberg -dueño del emporio- no se está percatando de que está expulsando a su público potencial, complementario, diferenciado y hasta más masivo que el de TikTok. Se está torpedeando la personalidad original de Instagram, aquello que hacía única a esta red social para transformarla en una imitación. Un lugar en el que una gran parte de la población sólo quería compartir sus imágenes y disfrutar las de sus amigos. No había otra aplicación que fuera un álbum de fotos tan sencillo, instantáneo y participativo. Ahora los usuarios se pierden las publicaciones de sus amigos y encima sienten que sus amigos no ven sus propias imágenes. A no ser que dediquen medio día a grabarse un vídeo haciendo el idiota.
Más en formato podcast:
Rosalía: ‘reseteo’ a las artes de las divas pop
"Todo está preparado y estudiado". Con estas palabras, los justicieros intentan quitar mérito a los logros de Rosalía. Como si fuera negativo planificar la comunicación de un trabajo: si eres una estrella de la música, lógico es que exista detrás una estrategia de marketing "preparada y estudiada". Pero, también, hay que saber hacerlo. Y no, no todos han sabido aplicar la teoría a la práctica de las redes sociales con la inteligente espontaneidad que demuestra a diario Rosalia Vila Tobella.
Rosalía está actualizando el modus operandi de las divas pop. Cuando un artista entra en el top 50 de escuchas mundiales, y suma un millón de seguidores al mes en redes sociales como Instagram, es habitual que intente controlar su exposición pública acudiendo sólo a los grandes programas de entrevistas televisivos (Tonight Show en Estados Unidos, El Hormiguero en España). Se transforma en inaccesible. No necesita más.
Rosalía, en cambio, conjuga la promoción clásica en medios de audiencia masiva con irrumpir, sorpresivamente, en espacios independientes. Por ejemplo, un podcast. Véase La Pija y la Quinqui. La cantante está en lo masivo pero también en espacios más pequeños que suelen ser los que de verdad van cambiando el mundo. No obstante, su música crece en no mirar con desdén aquello que se sale de la cuadratura del convencionalismo. Equilibra lo mainstream con otros puntos de encuentro más segmentados, que representan el tiempo contemporáneo en el que la cultura de masas ha dado paso a la cultura de enjambres.
En este sentido, su música ha sabido fusionar la naturalidad de los lenguajes virales con la experimentación artística de toda la vida. Lo vemos en su forma de comunicar las canciones, en la planificación de sus conciertos (diseñados a tono del encuadre de la pantalla del móvil) y en su espontaneidad utilizando todas las redes sociales como casi una usuaria más. Habla en los códigos de las redes. Puede escribir todo con mayúsculas y sin puntuación. Puede subir una foto-meme. Es nativa de la viralidad. No necesita impostar nada.
Las folclóricas de antaño no tenían demasiados filtros compartiendo sus pensamientos. Se creían el personaje (clave para triunfar) y dejaban fluir en público hasta a sus arrebatos. Esa ingenuidad se ha ido perdiendo con los cálculos de la mercadotecnia y con la popularización de las redes sociales con el consiguiente temor al qué tuitearán.
Además de acudir a la fanfarria más masiva, que te posiciona socialmente de una forma transversal, Rosalía recuerda que nunca hay que descuidar puntos de encuentro más minoritarios donde están los fieles de verdad. Allí está la comunidad que le interesa lo que cuentas y apoyará la carrera desde su base, en los lugares en los que no hay que medir tanto las palabras. Lugares en los que para estar no hace falta maquillarse y llevar un estilista.
Aunque incluso con toda la puesta en escena encima, el talento de Rosalía sigue transmitiendo una verdad de andar por casa. Hasta cuando sobreactúa rumiando en el escenario, acting que surge de un guiño a sus compañeros bailarines en plena pesadez de esos ensayos que se alargan. Al final, el descriptivo gesto lo dejó en el concierto y se ha terminado convirtiendo en el viral ideal que despierta todavía más curiosidad por el show. Crea iconografía, Rosalía lleva el meme en las venas. Y lo explota.
De dónde salió "el masticado" más famoso de los últimos tiempos se lo contó a los del podcast de La Pija y la Quinqui. Un podcast sin alardes de medios, sin estudio, alternativo. Hasta que lo pisó Rosalía, claro. Nadie es perfecto.
El drama de celebrar un ‘zasca’
El lenguaje también va evolucionando en el rifirrafe de Twitter. Ya hemos incorporado el término 'zasca' al diálogo diario. Con esta palabra, celebramos cuando alguien queda en evidencia. O creemos que queda en evidencia, pues a menudo el 'zasca' es humo que impide ver la realidad.
Aplaudir un error, festejar una contradicción al recuperar declaraciones antiguas (naturalizando el peliagudo pensamiento de que no se puede cambiar de opinión con los años) e incluso descontextulizar un suceso despojándolo de sus circunstancias... el simplista formato "vaya zasca" va normalizando el espectáculo del enfrentamiento. Como si fuera algo divertido. Como si fuera un extraño regocijo. Y así se va favoreciendo un adictivo clima de enfrentamiento constante que, también, se traslada al devenir del periodismo. Un artículo de divulgación en el que se destacan las virtudes de un logro, hallazgo o trayectoria profesional no interesa porque no es polémico. No tiene "zascas", sólo argumentos con su escala de matices. Hasta puede que una generación crecida en las vicisitudes del meme considere que es 'peloteo', acostumbrados a la bulla como único camino posible.
Y cuando se realiza una entrevista y no se rebate al entrevistado, desde las redes sociales, se juzga al periodista como que si hubiera ejercido mal su trabajo. "Blandengue, cómo no le has contradicho". De nuevo, el espectáculo del 'zasca' que puede hacer olvidar que el periodismo poco tiene que ver con jugar a la trinchera. Al contrario, es un ejercicio basado en aportar perspectiva después de escuchar atentamente.
La buena entrevista es la que atiende hasta conseguir una radiografía del entrevistado sin polemizar con él. No es un debate cara a cara. Eso es otro género. El entrevistador sagaz favorece ese clima que no necesita batallas dialécticas para que el invitado quede retratado en el ojo del espectador.
En la entrevista política, a menudo, sí es obligado incidir en un dato o repreguntar para que el político no se escabulla. Pero en la conversación a cualquier otra personalidad hurgar no conduce a demasiado. Simplemente pone a la defensiva al invitado, creándose un clima hostil que impedirá que se deje llevar para aportar experiencias y argumentos inspiradores.
Pero en las redes sociales los argumentos no siempre importan. El retuit se alimenta con esa polémica que cada vez necesita más gresca. El canibalismo del 'zasca' trae tales consecuencias. Toca elegir entre estar informados y cuestionarnos aquello que sucede o aplaudir 'zascas' con los que cerciorarnos que siempre llevamos la razón.
Sara Sálamo: detrás de su «activismo»
Sara Sálamo es actriz, de larga experiencia en cine y televisión. Sin embargo, cuando se describe su profesión, junto a intérprete, se suele añadir que es la mujer del futbolista Isco y, también, que es activista. Como si tuviera tres trabajos: actriz, esposa y encima activista. A Isco jamás le pondrán que es pareja de Sálamo cuando se relata su trabajo, pero a Sara sí. Aunque ella alcanzara la popularidad mediática antes que su pareja. El mundo del fútbol sigue estancado ahí, donde las mujeres son tratadas de estético satélite de novios y maridos. A veces, incluso se las acusa de los fracasos en el campo de sus parejas. Es el machismo intrínseco del que venimos.
Pero Sara, además, es etiquetada como 'activista'. ¿Ejerce algún cargo en alguna organización? No, simplemente se le atribuye porque reivindica sus preocupaciones sociales en público. Intenta cambiar el mundo verbalizando sus ideales como una usuaria más de las redes. Pero no es una más: tiene un trabajo público.
Su actitud sorprende, claro. ¿Por qué? Porque es poco habitual que una actriz joven como ella se implique tanto en su día a día. La naturalidad para compartir y denunciar de Sara Sálamo resalta el silencio habitual de una generación de intérpretes que triunfan en la era de Instagram, TikTok o Twitter. Gran parte prefieren guardar silencio. Quizá por temor a que verbalizar las injusticias pueda influir negativamente en sus carreras. Mejor usar las redes sociales como escaparate para venderse a uno mismo desde el posado que busca la hueca ensoñación de la fama. Esa vida aspiracional de viajes, alfombras rojas y sonrisas permanentes. A más likes, más posibilidad de que te contraten en un tiempo en el que la repercusión viral no siempre va unida al talento que atesoras por tu trabajo.
La omnipresente recreación de una felicidad de cartón piedra ha provocado que se haya interiorizado como "natural" que los actores hagan todo tipo de contorsionismos mirando a cámara en sus redes sociales, mientras que se considera como activistas a los que se permiten compartir sus preocupaciones entre foto y foto. No estamos acostumbrados. Aún existen listas negras según aquello que reivindiques en público. Difícil comprometerse en alguna causa, pues se pueden caer proyectos si un directivo siente que el artista pertenece a una malentendida trinchera. También los busca-polémicas pedirán una ejemplariedad tóxica en cada paso que dé la persona que se ha posicionado. Y se lanzarán al linchamiento a golpe de hashtag. La propia Sálamo lo sufre cada mes. Este verano, se destacaron unas fotos suyas en aviones y barcos como incompatibles del discurso ecologista. Se mezcla todo sin matices, sin contextos, sin posibilidad de errores cuando todos somos seres contradictorios. La abreviatura de las redes sociales nos va haciendo olvidar que todo depende de sus circunstancias.
Con estas arenas movedizas, es lógico que haya actores que constantemente se autocensuren en las redes sociales. Y sálvese quien pueda. Entre tanto, ahí está Sara. Trabajo no le falta, pero tampoco compromiso. Lo fácil sería mirar para otro lado. Pero, ante cualquier ideal, más vale intentarlo que conformarse. Siempre. Aunque sea difícil. No está dispuesta a ser enviada a ese machista ostracismo del 'calladita estás más guapa'. No es una influencer que cree necesitar caer bien al mundo entero, es una actriz que recuerda que desde las posiciones de privilegio mediático y viral se puede visibilizar las realidades que todos no ven porque no todos las sufren. Así también se cambia (a mejor) la sociedad: generando debate. Incluso entre aquellos que no están dispuestos a debatir y, paradójicamente, terminan gastando mucho tiempo de su vida en intentar desacreditar.
La crisis de ‘Estirando el chicle’ y tres aprendizajes que deja
La pantalla desde la que opinamos en las redes sociales se ha ido convirtiendo en una especie de trinchera que propicia que la empatía pueda saltar por los aires. No vemos los ojos de la otra persona y la realidad puede girar en una especie de videojuego en donde la pasión paraliza cualquier forma de entendimiento. O estás conmigo, o contra mí.
La reivindicación es necesaria, pero no sirve de mucho sin el espíritu crítico que permite que nos cuestionemos las controversias que nos remueven y rebusquemos entre sus matices. Digna de estudio es la polémica viral del podcast Estirando el chicle. En el universo viral es un clásico que aquello que es muy aplaudido por su espíritu contracorriente, de repente, pasa a ser muy criticado cuando marca tendencia y ya se siente que habla desde el privilegio. Es el boomerang de la exposición del éxito.
En el caso de Estirando el chicle la polémica nace por invitar al programa a una cómica que ha realizado comentarios tránsfobos durante su trayectoria. Se le da altavoz, pero no se habla de su discurso de odio. Como si se habitara en un mundo de MrWonderful, todo simpatía, alegría y felicidad. Y la indignación implosionó, claro. Porque este podcast se ha reivindicado como espacio seguro para el colectivo LGTBI+, derribando prejuicios, mostrando la diversidad con la naturalidad que merece (y no siempre es habitual en los medios tradicionales) y abanderando causas. Incluso siendo un refugio contra el humor machista y LGTBIfobo, fruto de otra época. Pero aún sigue planeando, porque venimos de ahí. Véanse los gags humillantes contra minorías vulnerables de la cómica invitada.
Primer aprendizaje. Relativizar la contradicción
En las redes sociales da la sensación que hay una parte de los usuarios que han olvidado o desconocen que el periodismo no es escuchar sólo lo que quieres oír, es realizar un retrato despierto de la complejidad social. Pero Estirando el chicle no es un formato periodístico y se ha interiorizado como un show cómico libre de odio. Si has abanderado un compromiso con los oyentes, hay que ser honesto con el discurso con el que has logrado una comunidad de cómplices que se identifican contigo. Más difícil de lo que parece, pues las personas somos contradictorias. Y, a veces, hasta hacemos aquello que denostamos sin darnos cuenta.
Segundo aprendizaje. La irrealidad de Twitter
Los insultos siempre invalidan la crítica, pero también llaman más la atención que los argumentos. Carolina Iglesias y Victoria Martín, creadoras de Estirando el chicle, han sufrido el odio tras dar cobijo en su programa a una cómica tránsfoba. Odio sobre todo de los hater que, paradójicamente, aprovechan la lucha contra el odio para odiar y, de paso, sentirse superiores moralmente. Son los más ruidosos, a pesar de ser minoritarios. Sin embargo, la mayor parte de los comentarios han sido constructivos y abrían un enriquecedor debate. Pero nos fijamos más en lo que indigna que en lo que aporta. Como consecuencia, las redes sociales son a menudo un espejo resquebrajado de la realidad. El trending topic de la burbuja en la que estamos metidos en nuestro Twitter pocas veces es un reflejo de lo que preocupa en la calle.
Mientras que desde las redes parecía que era el final de Estirando el chicle, había un público encontrándose con el podcast completamente ajeno al debate sobre la pérdida de credibilidad del programa.
Tercer aprendizaje. La vida son las segundas oportunidades
El crecimiento personal va unido a atreverse, probar y equivocarse. La propia trayectoria de Carolina Iglesias y Victoria Martín, cada una en su estilo, va muy vinculada a intentarlo. Intentar crear sin demasiado miedo al qué dirán. Aunque quizá eso ahora habrá cambiado. Porque mirar mucho las redes sociales también nos altera, favoreciendo nuevas barreras mentales. Si en 2022 nos sonrojamos con aquellos chistes machistas de los que venimos, dentro de cuarenta años nos abochornará cómo hemos dejado de lado la prudencia de procurar entender los contextos y circunstancias de cada historia. El motivo: es más adrenalínico acudir al enjuiciamiento simplista, conspiranoico y delator que intentar comprender. Por todos, ya seas un hater, un fan o una cómica invitada que prefiere desacreditar a colectivos vulnerables que intentar empatizar con su realidad. Al final, para seguir creciendo y abrazar mejor las nuevas oportunidades se requiere elegir entre irritación o inteligencia. Pero quizá la irritación nos entretiene más que el entendimiento.