CARLOS MARAÑÓN (CINEMANÍA)
- La película ‘El vicio del poder’ llega este viernes a los cines.
- Christian Bale se mimetiza con Dick Cheney, el oscuro vicepresidente de la era Bush, en esta comedia política.
«¿Y ahora qué hacemos?», le pregunta un aterrado Robert Redford a su asesor, Peter Boyle, al final de El candidato (Michael Ritchie, 1972), esa sátira genial que, preclara y actualísima, sigue aguantando el tirón de la modernidad. Y todo ello, cuatro años antes de la cumbre del cine político, Todos los hombres del presidente, el hito de Alan J. Pakula que marca las diferencias.
Quiere la casualidad que el director que se atreve a contar las andanzas del eterno Dick Cheney en las catacumbas del poder con El vicio del poder (Vice en su título original, una de las películas clave en esta temporada de premios que se abrió con los Globos de Oro y que se nos echa encima) lleve el mismo apellido de aquel candidato de Redford.
Adam McKay viene puliendo su camino desde Saturday Night Live, el mejor híbrido entre comedia y política estadounidense durante más de 40 años, pasando por las comedias rizadas de Will Ferrell (El reportero, Pasado de vueltas, Hermanos por pelotas, Los otros dos…), hasta que, camino de este reto de aunar biografía y denuncia, cuajó esa inteligente andanada al sistema desde el mismo sistema que supuso La gran apuesta.
Aquella narración ágil y desenfadada, pero ajustada al canon Hollywood, del derrumbe del sistema financiero a través de los pícaros que vieron las grietas y sacaron partido del desastre, entronca (desde otro gran cuarteto en el reparto: Christian Bale, Steve Carell, Sam Rockwell, Amy Adams) con esta nueva versión ambigua de los trepas que rodearon a los sucesivos presidentes de EE UU, con epicentro descontrolado en el mandato de George W. Bush.
Hay un punto de traviesa admiración por estos tipejos señalados que hace más cínica la crítica. Y tal vez por eso hay también dos estructuras fílmicas enfrentadas en la película. Uno: el mero biopic causalístico, con los ecos familiares que marcan a Rumsfeld porque el mundo le hizo así. Nada hay demasiado nuevo aquí, todo sigue los cánones de un género que busca siempre aquellos sucesos vitales que marcaron al protagonista, hasta justificar su deriva existencial.
Interpreta a su esposa la gran Amy Adams, nominada pero no galardonada en los recientes Globos de Oro (tampoco por su otro sensacional trabajo en 2018, la serie Heridas abiertas) que sí han premiado al maquilladísimo Christian Bale, quien ha engordado hasta ponerse a tono con la cintura de un senador plenipotenciario. La sola presencia de la eterna olvidada de los Óscar justifica lo perogrullesco de esta parte biográfica solvente y poco más.
Y frente a esta convención fílmica, bien imbricada y veteada de carácter, surge de la traviesa mente cinematográfica de Adam McKay el despiporre narrativo que marca el listón más alto de la película: rótulos, voz en off, insertos, finales in media res, destellos de michaelmoorismo (se devuelve aquí lo mucho que Moore tomó de SNL) y mucho vitriolo, incluso con la industria del cine.
Que el mismo focus group que Bush usó para atacar Irak sea el que analiza esta película es una genialidad que solo está al alcance de los grandes: los que mejor saben reírse de sí mismos. La némesis, por cierto, de los políticos más nefastos de la historia.