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Crítica de cine: ‘La llorona’, las lágrimas negras del ‘universo Warren’

YAGO GARCÍA

  • El universo de terror creado por Wan ofrece otro filme disfrutable y lleno de sustos, pero que no aprovecha todo su potencial.
  • El filme dirigido por M. Chaves llega este jueves a los cines españoles.

El personaje de Linda Cardellini y sus hijos.

Chúpate esa, Kevin Feige: con presupuestos tirando a discretos y un marketing de bajo nivel (¿nadie recuerda la sorpresa de los plumillas durante el verano de 2013, cuando el éxito de Expediente Warren les pilló por sorpresa?), James Wan ha creado un universo de cine unido por estilemas tanto o más férreos que los de Marvel y con un fandom igual de pertinaz, si bien menos mediático. Algo que La llorona, el nuevo producto de la factoría, demuestra tanto en sus aciertos como en sus flaquezas.

Para empezar, este filme reafirma el acierto de Wan al ambientar sus sustos en la década de los 70 en vez de en la actualidad: al transcurrir antes, no ya de internet, sino de la popularización del vídeo doméstico, la historia de Linda Cardellini y sus hijos adquiere ese tono de indefensión tan propio de los clásicos del terror familiar que medraron en esos años (de Al final de la escalera a El exorcista).

Lo familiar, insistimos, tiene aquí mucha importancia, porque La llorona es ante todo una historia de madres solas y de los miedos que las asaltan cuando su prole se ve amenazada. Algo que no solo se deja ver en las acciones del monstruo titular, una suerte de Medea mesoamericana asociada (en la película) al viento y al agua, sino también en una paradoja que el filme no explota tanto como debiera. La protagonista, asistenta social, se ve en el punto de mira de sus propios compañeros de trabajo cuando los ataques de la criatura dejan señales parecidas a un escenario de malos tratos.

Aprovechar los medios técnicos es otra constante del warrenverso que seguimos disfrutando aquí. Porque, si bien no llega al nivel de su jefazo Wan, Michael Chaves tiene momentos de virguería con la cámara y el montaje.

En cuanto a la tradición de aliñar la historia con secundarios memorables, nos entrega al exorcista de Raymond Cruz, un exsacerdote convertido en curandero que maneja los huevos con igual naturalidad cuando los usa para detectar la presencia del Mal y cuando los bate para una tortilla.

Pero el lado malo de la franquicia también se deja ver. Y no solo en esos sustos eficaces pero fáciles de adivinar (cuando deja de sonar la música, es el momento de cerrar los ojos), sino también en su forma de desaprovechar ocasiones para darle profundidad al relato que cuenta.

Da rabia, por ejemplo, ver cómo el personaje de Patricia Velasquez (que nos es presentado, al principio, como un ejemplo de discriminación y doble rasero) acaba reducido al cliché de latina pobre, supersticiosa y vengativa. Y también se agradecería un poco de antropología pop a la hora de explicarnos la figura de la Llorona, un personaje que se origina en la mitologías precolombinas, y al que se ha llegado a identificar con la Malinche, la esclava azteca de Hernán Cortés.

Pero sobre todo es una lástima que esta película no vaya a la raíz del arquetipo. Mientras que Annabelle podía funcionar como una metáfora sobre la represión en una sociedad del estilo ‘antes morir que pecar’, esta película acaba perdiendo de vista el miedo que acecha en su más negro corazón: el que sienten muchas mujeres ante el peligro de verse aplastadas por el estigma de la ‘mala madre’.

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