<p>Cuando estamos pasándolo en grande no deberíamos tener ninguna ansia de subir una <i>story</i> o foto corriendo a Instagram para que los demás vean lo bien que lo estamos pasando, pero <b>nos hemos creído el mantra de que si no se ve, no existe. Y si no existe, hay que teatralizarlo.</b></p><p>El usuario de las redes se ha ido convirtiendo en guionista de su propia vida. Y si hay que ficcionarla, se ficciona un poco, o un mucho. Porque en Instagram la realidad es más impostada de lo que pretende ser. Y en verano aún más. Todo con tal de generar envidia en quien lo ve. Porque de eso se trata, de que los demás envidien tu vida.</p><p><b>Las vacaciones se planean en busca del destino más ‘instagrameable’,</b> donde puedas posar de manera más espectacular y conseguir los retoques de luz y color más arrebatadores. Dando sólo la información que te conviene, claro. Si en tus vacaciones estás alojado en el albergue feo, cochambroso y barato que encontraste a muchos kilómetros del centro, eso jamás se muestra ni de pasada en <i>stories</i>.</p><p>La prioridad es ser cool. Incluso para gente que ni siquiera conoces. Y para fardar es fácil caer en <b>la frustración de la necesidad de lograr un cuerpo perfecto</b>. O por aquello que nos dijeron que era un cuerpo perfecto, que es muy distinto. O logras cánones físicos preestablecidos o no sumarás tantos ‘likes’ como otros.</p><p>Esta exposición perversa de cómo somos ha provocado que se multipliquen en redes sociales y medios de comunicación <b>las fotos comparativas de mismos cuerpos «antes» y «después»</b>. Los propios usuarios intentan captar el ‘me gusta’ con imágenes de sus físicos del pasado enfrentados a un presente digno de póster central de revista superficial. Y, claro, como efecto colateral, también abundan los entrenadores, con o sin titulación, que venden resultados milagrosos con, de nuevo, la efectista foto del «antes» y el «después». <b>Como si después del día de la foto del «después» no hubiera otro después</b>. Como si la persona se quedara ahí congelada, tras machacarse en el gimnasio un puñado de meses.</p><p>Las fotos del antes y después darán muchos ‘likes’ instantáneos, pero son publicidad engañosa que sólo despierta complejos. Se omite que<b> los cuerpos no paran de vivir una constante evolución</b>. Y que la belleza no se mide en número de abdominales. La salud, tampoco. Pero los cánones de belleza nos los han contado tan mal como el éxito, ese que parecía que se tocaba y ya no se perdía después de ‘operaciones triunfo’.</p><p>El estrés de la constante competición por la necesidad de validación en las redes sociales de amigos, conocidos y desconocidos hace olvidar que un cuerpo no es una meta, no es un objetivo, no es un objeto que se pueda «descambiar». El cuerpo somos nosotros mismos y los hábitos saludables nos pueden acompañar siempre, pero la postura de la foto del día «después» sólo durará lo que tarda en atardecer y se oscurezca la anaranjada luz que favorece todo lo que alumbra. </p>