Perplejos, nos llevamos las manos en la cabeza y nos preguntamos: cómo es posible el auge de los populismos. Incluso hay políticos populistas que insultan a sus rivales llamándoles populistas. Qué malos son los malos, qué buenos son los buenos y qué abreviados nos estamos quedando todos. ¿Por qué? Porque todos nos estamos convirtiendo en populistas. Porque todos hemos sucumbido al populismo.Y es difícil escapar, estamos rodeados. Las redes sociales se han transformado en un singular centro de la información: la agenda informativa se va marcando desde plataformas donde la visibilidad se logra con estribillos tan efectistas como instantáneos. Y, claro, lo complejo se desvanece. Sólo gana aquello que remueve. Nos quedamos en lo que indigna, olvidamos lo que aporta. Consecuencias del consumo frenético hacia al que han derivado las redes sociales del queremos todo ahora y ya. Hasta cuando desconocemos qué está pasando. Pero lo debatimos igual. Así la información se va transformando en mera especulación. Y la verdad pierde valor, pues es más lenta y más compleja de entender que un eslogan alimentado de un mercado de las emociones sin margen para cualquier matiz. No importa la franqueza, no importa la certidumbre, sólo la identidad. Entre tanto, los propios medios de comunicación necesitan no quedarse por detrás de esta distorsionada conversación social en redes sociales y pican el anzuelo de la viralidad en busca de captar la atención de la audiencia. Parece que no queda otra, ya que las redes sociales se han convertido en la puerta de acceso a las noticias y, a la vez, aparentemente, en una eficaz materia prima para los propios medios de comunicación. Un laberinto sin salida en donde los focos van automáticamente hacia la demagogia y el descaro. Nos pensamos que estamos cambiando el mundo pero, en el fondo, estamos enredados en los populismos que nos llevan a su terreno. Y, encima, los intentamos rebatir entrando en su show.La verdad pierda valor, pues es más lenta y más compleja de entender que un slogan».Lo vemos incluso en los informativos más serios, que pueden dedicar piezas completas a las últimas locuras de, por ejemplo, el excéntrico político argentino Javier Milei y dejar casi fuera de la información de la campaña electoral al resto de realidades de un país. Como si no existieran. Y existen. Claro, que existen. Sin embargo, las florituras nos encienden y, a la vez, ejercen de biombo que impide ver las corduras. Gajes de que la cordura suele ir unida a la prudencia y la prudencia no hace ruido. La conciencia crítica no vende, pues requiere más tonalidades que una proclama estética, emocional y simple. Aspavientos que mientras nos despiertan e incluso nos indignan ya han conquistado nuestra atención, nuestra distracción, nuestra réplica, nuestro tiempo, nuestra sociedad. Todos ya somos populistas. O, en su defecto, invisibles.