DANIEL G. APARICIO
- El director Terry Gilliam ha presentado en Madrid ‘El hombre que mató a Don Quijote’.
- Jordi Mollá, Óscar Jaenada y otros actores que han trabajado con él creen que Gilliam es de hecho un Quijote.
Risueño, juguetón, feliz, como un niño con zapatos nuevos, Terry Gilliam entra a una sala de un hotel donde le aguarda un pequeño grupo de periodistas. Tiene un buen motivo para su alegría desatada, ha completado y está a punto de estrenar (este viernes 1 de junio) su película maldita, El hombre que mató a Don Quijote, un proyecto que nació hace 25 años.
«Si fuera por mi mujer, no habría hecho esta película. No entiende ni quiere entender por qué la he hecho. El motivo principal de que finalmente la haya terminado es que no me gusta que me digan que no puedo hacer algo«, explica Gilliam entre bromas. No es la única vez que menciona a su esposa, también es ella la que le sirve para justificar por qué la locura es tan importante en su cine. «Supongo que solo tengo una idea en mi cabeza. Ella dice que hago una y otra vez la misma película cambiando el vestuario», dice entre risas. Pero, al insistirle, lo explica mejor.
«En cada película miro lo que tengo alrededor, trato de entender mejor el mundo y contar algo sobre él, y siempre llego a esa mezcla de imaginación y realidad, de Quijote y Sancho. Siempre intento que haya un loco o un niño en mis películas porque ambos tienen un grado parecido de inocencia», reflexiona. Eso sí, la seriedad dura poco y en seguida comienza hablar de cuánto le gusta España, especialmente porque aquí tiene «la suerte de no tener que opinar de política». «En España soy un turista».
Toda esa vitalidad y risas no son algo puntual, forman parte de su carácter. Gilliam es un niño grande, y así lo confirman los actores que han trabajado con él en el filme, como Jordi Mollá, quien asegura que se enfrentó al proyecto con mucho respeto. «Pero es fácil, porque él te lo monta de manera que te divierta, que parezca que no pasa nada. Es muy agradecido con los actores, le gustan, le caen bien. Pero de repente igual no soporta a alguien de dirección», comenta divertido el actor español.
Sergi López define a Gilliam como «un tío que contagia, con una energía que le desborda, intuitivo y creativo» y que es capaz de estropear una buena toma porque es incapaz de contener una carcajada (que se escucha por los micros) cuando algo le gusta y le hace gracia.
Según Mollá, «Terry tiene mucho del Quijote». Asegura que es un tipo «que está conectado constantemente» y que «su propia vida es como un libro de caballerías». E imagina que, cuando no rueda, «el bajón para él tiene que ser descomunal». «Me imagino que siempre está maquinando. Yo creo que en el fondo es miedo a la vida, a la realidad y, como Don Quijote, vive en su planeta. Lo peor que le pueden hacer a Terry Gilliam es decirle que vaya al supermercado a comprar un yogur. Se puede volver loco, sería una decisión cósmica para él», comenta bromeando solo a medias.
Por supuesto, la ya citada maldición de la película dio mucho juego antes, durante y después el rodaje. «En el primer Skype que tuve con él, lo último que le dije fue: ‘una última pregunta: ¿voy a morir?’», rememora entre risas el catalán. También Óscar Jaenada, que tiene un pequeño papel, recuerda bromas parecidas, como hacer recuento al final de una jornada de rodaje o «cierto cachondeíllo» cuando se supo que la película igual no podría presentarse en el Festival de Cannes.
Pero Jaenada no puede esconder su admiración por Gilliam. «Cuando lo conoces y le ves trabajar te das cuenta de que hay pocos así. Son Quijotes».
Ahora, con su tortuoso proyecto finalizado, Gilliam no tiene ningún otro entre manos. «No tengo ni idea, estoy vacío. No tengo planes de futuro ni ninguna película en mente así que lo que voy a hacer es seguir leyendo a ver si puedo robar alguna idea que me guste», cuenta el cineasta.
Eso sí, al preguntarle por cómo ve la situación actual en el mundo, donde la censura y la autocensura parecen volver a hacerse hueco, el británico matiza un poco más. «Estamos en un momento absolutamente caótico, en un mundo más represivo. La gente tiene miedo a hablar abiertamente, honestamente, tiene miedo a ofender, porque hoy día parece que todo el mundo es una víctima. Y yo me siento muy cándido, así que lo que voy a hacer es que me voy a refugiar en mi jardín y me voy a dedicar a ello hasta que el mundo explote y se cree algo nuevo», sentencia.